Tantear el Terreno

Testing the ground. 2023

Installation: Video 4’, (9) photographs, ceramic, ashes, old wooden radio, sound. Bogotá, Colombia.

_{Exhibition «Tantear El Terreno» («Testing the land») by Carlos Felipe Guzmán at Tranquilandia. Photographs: Cocuyo Art Residency.}

[ENG]

We have thought a lot about the difficulties involved in migrating from the countryside to the city, not so much about those of migrating from the city to the countryside, especially when you arrive with the intention of integrating and not of creating a small pseudo-urban island or a luxury house, power of gentrification in the place, but of following in the footsteps of the grandparents, shaking up memories to reconstitute the ways of doing things, the trades, the knowledge, sowing something of what is brought, entering another temporality, developing and carving out a existence.

There is little point in putting large reflectors on the fields. The darkness is denser and capable of swallowing unwanted light in there. The punctuality of artificial light only produces the total loss of peripheral vision, reducing space to lines and points of light. You have to learn to walk in the dark, adapt your eyes, adapt your skin, your ears, refocus the traces of smell, test the terrain. Little by little the place reappears, with great clarity.
Curator: Sylvia Juliana Suárez

[ESP]

Hemos pensado mucho sobre las dificultades que implica migrar del campo a la ciudad, no tanto en las de migrar de la ciudad al campo, especialmente cuando se llega con la intención de integrarse y no de hacer una pequeña isla pseudo urbanita o una casa de lujo, potencia de gentrificación en el lugar, sino de seguir los pasos de los abuelos, agitar los recuerdos para reconstituir los modos de hacer, los oficios, los saberes, sembrar algo de lo que se trae, entrar en otra temporalidad, elaborar y labrar una existencia.

De poco sirve poner grandes reflectores en el campo. Allí la oscuridad es más densa y capaz de tragar la luz indeseada. La puntualidad de la luz artificial sólo produce la pérdida total de visión periférica, reduce el espacio a líneas y puntos de luz. Hay que aprender a andar a oscuras, adaptar los ojos, adaptar la piel, los oídos, enfocar de nuevo las trazas del olfato, tantear el terreno. Poco a poco el lugar reaparece, con gran claridad.

Curaduría: Sylvia Juliana Suárez

Las obras aquí reunidas han sido forjadas desde ese despertar de los sentidos y denotan la emergencia de un horizonte de sentido diferente. Diferente como en el cruce semántico que J.F. Lyotard exploró en “Le differend”, cruce en el que diferente significa algo distinto y algo que es diferido. Cualidad del verbo, diacronía fértil, motor de pequeñas re-vueltas.

Algunas de ellas:

R1:
Ver la tierra en el cielo Ver el cielo en la tierra

En “Constelación”, Carlos lanza una especie de boleadora visual, con la luna, la tierra y una naranja. Alunizaje y aterrizaje giran vertiginosamente hasta atrapar y juntar las patas de tres padres y tres hijos. Los hijos fantasean con el vuelo mientras miran al cielo nocturno, los padres hunden sus dedos en la cáscara de la naranja, la abren y toman un gajo para alimentarlos.

Constelación. 2021
Video 4’, HD 16:9, color, sound. Cundinamarca, Colombia.

https://vimeo.com/614169446

R2:
“Ombligarse” a través de las naranjas

En un par de fotografías Carlos forma una constelación con Ana y Nuno conectando sus ombligos y el de una naranja. La naranja no es aquí metáfora, ni sólo conector visual. La naranja es parte de esta familia, puesto que ha sido tomada de la cosecha, dos meses en los que, tras un año de cuidados, los naranjos dan sus frutos con la misma desinteresada generosidad con que las estrellas tejen su manto de tiempo en la bóveda celeste.

Este retrato de familia compuesto se toma con los ojos del ombligo.

R3:
Recobrar el mundo a través de la presencia

En la pequeña urna fúnebre que contiene cenizas de la tierra de sus abuelos está el logo del Instituto Colombiano de la Reforma Agraria (INCORA). Este es un nodo importante en la constelación que aquí nos presenta Carlos, puesto que aquí se nos remite a un ciclo ajeno al natural y que, no obstante, tiene la capacidad innegable de dar vida o de muerte la tierra: se trata del tiempo pseudo cíclico de las gobernanzas. A través de este objeto algo enigmático nos topamos un trasfondo importante de estas obras, y del proceso vital que las atraviesa. La finca “El Cocuy” fue hogar y fuente de sustento de la familia Guzmán Rodríguez durante décadas. Ya era el lugar de la familia Guzmán desde el arranque del siglo XX. El hijo de Don Carlos, Luis Carlos, migró a la ciudad con la expectativa de movilidad social y de crecimiento económico propia de la modernidad. A través de la segunda mitad del siglo XX la finca “El Cocuy” pervivió a pesar de los embates de La Violencia y del conflicto armado contemporáneo, pero sólo con gran dificultad se sostuvo a pesar del golpe estructural que vino con la apertura económica de los años 90 y la implementación de las políticas neoliberales consiguientes, que poco a poco minaron los mercados de los que se nutrían economías locales como la de esta finca.

Así, cuando Don Carlos falleció en 2015, la finca tenía suspendidos sus ciclos productivos y estaba prácticamente condenada a su extinción.

Un poco después llegaron Ana, Carlos y algunos años después Nuno, atendiendo al llamado discreto de los cocuyos, siguiendo sus luces que no brillan para alumbrar nada ni a nadie, sino por el simple y maravilloso hecho de existir. Llegaron a tantear el terreno. A formar una frontera dislocada y porosa entre Atibaiba (lugar natal de Ana) y Cachipay, a pesar de que Ana creció en São Paulo y Carlos en Bogotá. A hacer mundo con su presencia, con sus cuerpos, con la fuerza de su atención.

En “Ruido blanco” Carlos usa el antiguo radio de sus abuelos para reproducir el registro de los sonidos nocturnos de la finca. Cientos de voces animales, el viento y las plantas se filtran a través de este aparato sugiriendo el roce y la fricción entre dos momentos de este lugar, entre dos bonanzas: la bonanza cafetera de los años 20 del siglo pasado, y la nueva bonanza cafetera que, en vez de estar hecha de capital, esta hecha de tiempo inexpugnable de la “diferencia”.

Post scriptum:

Conocí a Carlos Guzmán en 2008. Desde ese tiempo él venía trabajando en torno a los archivos, la historia, la memoria en el contexto del conflicto armado en Colombia. También trabajaba con el grupo 0.29, entre otras cosas, sobre el movimiento de soberanía alimentaria…eran años de álgidos debates por el TLC.

A través de los años, Carlos ha sabido mantener vivos estos intereses con una entereza no sólo artística sino también existencial, de manera que hoy es posible reconocer en él la progresiva sofisticación poético de un artista pleno y la materia de un persistente gestor de revueltas micro políticas.